La nueva forma de hacer Política Exterior
por Pablo Andrés González
Las relaciones internacionales son como una caja de Pandora. Cuando un ciclo político comienza, se abre el recipiente que contiene la esperanza: altas expectativas de resolver temas trabados, sonrisas, coqueteos, abrazos calurosos y expresiones de buena fe entre moros y cristianos. Al terminar el ciclo, hay más frustraciones que logros, pocos amigos, postergaciones y tareas pendientes. La esperanza vuelve a la caja esperando que un nuevo presidente la abra. Lo hemos visto con Obama, lo vemos hoy entre Santos y Chávez.
El caso del Presidente Piñera es similar. Pero esta vez hay razones fundadas para el optimismo. Este puede ser un gobierno de grandes avances en política exterior porque soplan vientos favorables. Veamos cuales son estas condiciones auspiciosas.
Por su involucramiento personal en la definición de la agenda, por su visión estratégica de largo plazo, la energía emprendedora y la ambición en las metas, Sebastián Piñera solo puede compararse a Ricardo Lagos, el presidente de la Concertación que le dio el contenido más profundo a la política exterior chilena y que arriesgó más capital político por apurar el tranco.
A Lagos le soplaron vientos en contra: una creciente polarización entre países Latinoamericanos, una difícil relación personal con sus pares, tensiones con EEUU por el episodio de Irak. Piñera, en cambio tiene condiciones inmejorables: los actuales gobiernos de la región son más moderados, hay menos retórica y más pragmatismo, la influencia de Venezuela está en franca declinación, y la relación con EEUU pasa por un momento inmejorable.
Pese a sus diferencias políticas, Piñera ha logrado una buena sintonía personal con Cristina Fernández, Evo Morales y Rafael Correa. En el tema marítimo con Bolivia hoy existen las mejores condiciones para alcanzar un acuerdo: un gobierno de derecha reduce el espacio de la oposición nacionalista interna en Chile, y la legitimidad democrática de Evo Morales lo transforma en un interlocutor válido y de peso para negociar.
El diferendo limítrofe de La Haya se ha logrado restringir al ámbito jurídico y permite continuar con la integración económica. Es un tema no menor, dado el atractivo de Perú para los capitales chilenos, el dinamismo de su economía y la necesidad de crear una plataforma del Pacífico para conquistar los mercados asiáticos. En la misma línea, la concreción del corredor bioceánico que conecta Brasil, Bolivia y Chile es una gran noticia.
El escenario actual de Latinoamérica es inmejorable para que Chile supere la timidez y salga a explotar su capital simbólico, que le da un espacio de maniobras muy superior al que corresponde por su peso específico. Dado el debilitamiento del ALBA, un eje más afín a EEUU, basado en los principios de la democracia liberal y la economía de mercado, tiene gran potencial de fortalecimiento. En este eje estarían Chile, Perú, Colombia, México.
Chile ya ha dado una señal clara con el reconocimiento de Honduras y lo hará con más fuerza en el futuro con el tema de Cuba. En política exterior la claridad no sale gratis. Se pagarán costos sin duda, pero la labor de nuestra diplomacia está en minimizarlos con su tacto.
La gran incógnita es Brasil, donde las elecciones de octubre son impredecibles. Aunque la ambiciosa política exterior brasileña no se verá afectada en sus ejes centrales, la astuta ambigüedad con Chávez que ha existido hasta ahora será menos ambigua. Si gana Serra, que tiene fuertes lazos personales con Chile, Piñera puede ganar un gran aliado. Si gana Dilma Rousseff, las cosas no cambiarán tanto. Y la nueva incógnita será el rol del ex-presidente Lula, quien por su prestigio y buenas relaciones con Chávez puede ser un hábil negociador para armonizar a los dos bloques. Brasil es en todo caso un juego peligroso. Sus contrapesos naturales (México y Argentina) pasan por complicadas situaciones internas, con presidencias débiles, que les impiden desplegar su influencia en el exterior. Brasil goza entonces de una cancha despejada. Pero Chile debe estar ni tan lejos ni tan cerca. Por su tamaño y ambición de ser un gran actor mundial, Brasil es para Chile lo que el Sol era para Ícaro: un ídolo, una atracción irresistible cuya peligrosa cercanía quema las alas. Ser un carro tras la locomotora de Brasil es una mala idea para Chile.
Esos son los buenos augurios. Veamos en un par de años cuánto de esta esperanza se transforma en frustración.